jueves, 3 de marzo de 2011

Historias de la Davis: "En la tierra de Drácula, el tenis argentino rodó una de terror"

por Eduardo Bolaños, en colaboración especial para Cuarenta-Cero

Al citarse el año 1981 dentro del tenis de nuestro país, el sabor es agridulce. Por un lado, están los excelentes rendimientos de José Luis Clerc en su mejor temporada (fue número 4 del mundo) y el arribo a la final de la Copa Davis. Por el otro, el agravamiento de los conflictos internos dentro del equipo, con su punto máximo en el match contra Rumania, en julio de aquel año en Timisoara, ciudad cercana a Transilvania, la tierra del Conde Drácula.

En individualismo, los celos y la falta de compañerismo dijeron presente como nunca. Para conocer los por qué, hay que remontarse un poco en el tiempo y saber que las relaciones entre Guillermo Vilas y Clerc habían comenzado a resquebrajarse a principios del año, en ocasión del Masters de Nueva York.

En marzo se le ganó a Alemania como visitantes, con una formidable tarea de Guillermo y una pésima faena de José Luis, quien perdió sus dos singles ante rivales de menor jerarquía. El nivel de éste en el circuito fue subiendo y logró pasar a Willy en el ranking por primera vez en la historia, luego de ganar Roma y hacer semis en Roland Garros.

Roberto Graetz había sido nombrado capitán para ese 1981, luego de que se barajaran muchos candidatos. Pese a que Vilas lo desmintió en forma sistemática, para Clerc el nombre de Graetz fue puesto por aquel, lo que sumó otro ladrillo a la pared del conflicto, que haría su eclosión en Rumania.

En condiciones normales, el panorama debía ser altamente favorable a Argentina, ya que el conjunto europeo no contó con su principal jugador (Illie Nastase) y los demás eran tenistas de bajo nivel. Pero el clima y la atmósfera se fueron poniendo densos desde la llegada de Batata, a 48 horas del match.


Horas antes del sorteo del día jueves, Clerc sostuvo que no entraría a jugar con Graetz de capitán. Las bolillas indicaron que debía enfrentarse, en segundo turno, con Florín Segarceanu, luego de que Vilas abriera con Andei Dirzu.

El arranque fue como todos esperaban, con Willy mostrando su categoría para imponerse por 6-4, 6-4 y 6-3. A continuación, un espectáculo lamentable, nunca visto: Clerc ingresó con el capitán, pero interpuso una mesa entre su silla y la de Graetz, con quien no tuvo ningún diálogo durante el partido. Una triste imagen que recorrió el mundo, junto con la calidad de su tenis para triunfar por 6-4, 6-2 y 6-0.

A todo este concierto de errores, horrores y desatinos, se sumó el capítulo final, que fue la designación para que ambos conformaran el dobles. Ni el más inexperto de los capitanes podría haber fallado así, poniendo en cancha a dos jugadores que no se dirigían la palabra. Los rumanos encontraron tantas facilidades que no tuvieron inconvenientes en ganar por 4-6, 10-8, 6-2 y 7-5.

Afectado por la insólita atmósfera que rodeo el match, Vilas no fue Vilas en ese domingo; y dudó más de la cuenta, erró más de lo normal y, recién en el cuarto set, encontró el desahogo para estampar la victoria con el 6-4, 6-4, 3-6 y 6-1 sobre Segarceanu. Dirzu superó a Cano 4-6, 6-2 y abandono, pero sólo para decorar la estadística final.

A lo largo de la historia en Copa Davis, lamentablemente, Argentina ha padecido desencuentros, polémicas, discusiones y enconos de todo tipo, pero ninguno tan grotesco como aquel de Rumania en 1981. Fue como si el Conde Drácula abriera su negra capa y afilara sus colmillos para posarlos sobre el cuello del tenis argentino. Alguien le puso una cruz a tiempo y evitó que la herida, dolorosa y con secuelas a futuro, fuera más profunda.

Foto de Archivo: Revista "El Gráfico", 14 de julio de 1981

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